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Las nuevas y "revolucionarias" funciones de las ubres humanas y la "bendita" sol


Mama: órgano glanduloso y saliente que los mamíferos tienen en número par y sirve (únicamente) en las hembras para la secreción de la leche. (Real Academia Española)


En este mundo futurista, en donde se han perdido definitivamente las perspectivas, la cosa más natural del mundo —como sin duda lo es el alumbramiento— pasó a ser toda una complicación y un dolor de cabeza. El parto vaginal se convirtió en una experiencia traumática, a pesar de que las madres mamíferas vienen trayendo sus crías al mundo de esa forma hace miles de años. Los porcentajes de nacimientos por cesárea son especialmente escalofriantes en América Latina. Esta aberración del mundo moderno obedece a factores económicos y educativos. Por un lado, los ansiosos padres alimentan estas gráficas ascendentes porque quieren salir del “problema” cuanto antes -por conceptos erróneos que tienen de los partos vaginales- y por otro, está la conveniencia económica y de agenda del personal médico. Con honorarios que van desde los 500 a los 1500 dólares, la parturienta tiene la tranquilidad que su especialista de confianza estará presente en los momentos cruciales. Para programar con tiempo la fecha del nacimiento y no dejar libradas al azar las circunstancias aleatorias de un parto natural —con interminables y exhaustivas horas de trabajo y gritos desgarradores—, se masificó el uso y abuso de la cesárea, que anteriormente se utilizaba como último recurso, cuando alguna de las dos vidas corría peligro. Hoy pasó a ser algo cómodo y habitual. Las mujeres, han banalizado esta práctica y si su bolsillo se los permite, reconocen que no están dispuestas a experimentar esos dolores traumáticos. Es una verdad absoluta que a lo que realmente deberían temer las futuras madres —según las investigaciones científicas— es precisamente a las cesáreas, porque el riesgo de muerte materna se potencia cuando se lleva a cabo esta operación.

Es harto sabido que los médicos para tener ingresos decorosos deben saltar de un trabajo a otro con suma rapidez; no en vano a las visitas de cortesía en el diario vivir se las llama “visita de médico”. Solamente un profesional apegado a la moral y a su deber, “perderá” quince horas en el trabajo de parto de su clienta; los otros tomarán el atajo y lucrarán con la interrupción del embarazo. En definitiva, el ritmo vertiginoso de la vida moderna llevó a que las madres hayan dejado de tener un rol protagónico, para ser meras espectadoras pasivas de la llegada de su hijo al mundo.

La locura continúa después del nacimiento de la criatura. Repuesto de la emoción del exitoso parto de mi hija, me di una vuelta por la habitación de mi esposa, para ver cómo iba evolucionando. Cuando traspuse el umbral, me sorprendí al ver que las tres parturientas que compartían la habitación con ella tenían sus senos cubiertos de hojas de repollo blanco. En voz baja le pregunté a qué razón obedecía que el lugar natural del lactante fuera usurpado por el vegetal. Allí me enteraba que las hojas de repollo interrumpen la generación de leche. La razón fundamental era que esas madres “modernas” no estaban dispuestas a amamantar a sus hijos, pues sus compromisos laborales y sociales primaban por sobre todas las cosas. Que la leche materna y el calostro es el alimento que mejor promueve el crecimiento y el desarrollo del bebé, además de protegerlo contra las enfermedades, poco importa. Para la madre “liberada”, la industria se encargó de fabricar todo tipo de sustitutos a su insustituible leche.


Como vimos, los especialistas de confianza junto con las madres, se toman la libertad de elegir el día y la hora del nacimiento de sus hijos y de qué manera se alimentarán durante el primer año de vida. Como si esto fuera poco, los factores estéticos juegan un rol preponderante, casi fundamental diría, en el disparate que la venida de un hijo al mundo se haya tornado un tema baladí. Negando la lactancia al recién nacido, se interrumpe la leche y ese es el primer logro de la parturienta para volver a la normalidad lo más rápido posible. La preocupación no se focalizará en la crianza del bebé, sino en la eliminación de esos quilos de más que vinieron por estados de ansiedad, atracones, antojos, etc. A pesar de ser sabedoras que su figura no va a ser la misma de antaño, se matarán en sesiones maratónicas de gimnasia y sí eso no llegara a colmar las expectativas, no hesitarán en someterse a algún “toque mágico” de algún cirujano postgraduado en “belleza”. Siempre me viene a la mente el comentario de una joven en una reunión familiar: “las mujeres feas no existen, lo que hay son mujeres pobres”. Prueba de ello es un programa estadounidense de TV, en donde jóvenes que no fueron bendecidas con los cánones de belleza exigidos por el siglo XXI, se someten a doce mil cirugías para de dejar de ser patitos feos y transformarse en bellos cisnes, mejorando de esa manera, su condición sicológica y social.

No solo las quinceañeras sueñan con senos despampanantes; las madres que optaron por la lactancia y aquellas que los años se le vinieron encima, también los desean con fuerza impetuosa y ardiente pasión. Esta hueca vanidad no surge por generación espontánea. Las clínicas de estética descargan un aluvión de ofertas y consejos “para que tú te sientas más bella y más segura”. La mejor forma para que el cerebro de mujeres con cierto grado de inteligencia no sea atomizado es no encendiendo el televisor, pero definitivamente sucumbirán a los encantos de los pechos “generosos”, cuando transiten por los centros de compra y vean que los hermosos maniquíes femeninos de complexión delgada, tienen unas mamas descomunales. Viendo ese panorama, uno entiende todo ese delirio furioso de que la belleza y la autoestima dependan del tamaño del busto. El concepto es unánime en madres e hijas: ninguna está contenta con lo que lleva puesto y no ambicionan otra fortuna, ni reclaman más honor, que morir por un soberbio par de tetas rejuvenecedor.

Hemos perdido la brújula cuando se menosprecia el contenido y se le da prioridad al envase; en otras palabras se prioriza el disfraz en lugar de descubrirnos tal cual somos; la eterna lucha de la verdad contra la mentira. Anda dando vueltas un pensamiento en el espacio cibernético, que -lejos de ser maleducado o grosero- nos sitúa en el intríngulis demencial en el que vivimos: “en el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la disfunción sexual masculina e implantes mamarios para las mujeres, que en la cura del Alzheimer. Dentro de algunos años, tendremos ancianas de senos turgentes y sugestivos y viejos con órganos viriles duros como el acero, pero ninguno de ellos recordará para qué sirven”.


El nuevo siglo nos regala un aluvión de nuevas propuestas y las tetas gigantes se inmiscuyeron en nuestras vidas y las recibimos con el mayor de los cariños a pesar de que todos sepamos que es una estafa flagrante. Y son esas tetas que las mujeres llevan puestas como acorazado lo que está moviendo al mundo. Ellas dejaron hace tiempo su único cometido de amamantar a su cría y se trasformaron en un fabuloso motor de marketing. No por casualidad existe en el refranero popular la sentencia que “tienen más fuerza dos tetas que dos carretas” –a lo cual humildemente agrego... y si son de plástico y más grandes, mucho más. Así, lastimosamente nos hemos acostumbrado a que quien no vista esas delanteras fuertes y aguerridas, perderá oportunidades laborales. El dueño de la empresa priorizará unos poderosos senos a diplomas universitarios. Esto se ve en el ámbito televisivo y publicitario y si alguna mujer “natural” se infiltrara en el sistema, los espectadores considerarán que dicha hembra humana sufre de cierta discapacidad o que le falta algo.


A la disciplina que explora las razones por las cuales una persona se contagia de una comunidad y repite los actos de esta, se la conoce como "psicología de masas". Esa influencia colectiva eclipsa la personalidad individual, le quita su autonomía y la subordina a una decisión grupal. El comportamiento social de dejarse afectar por un determinado grupo humano provoca que la persona ceda ante la fuerza dominante del colectivo. Ejerce el mismo poder de succión de una tromba cuando se lleva por delante y atrae como un imán todos los elementos que aparecen en su camino. A tal punto llega el grado de sumisión que el individuo no se plantea si el nuevo hábito está reñido con la ética y la decencia: lo hace y punto. Esa especie de hipnosis que padecemos por iniciativas grupales ajenas se ve en todas las manifestaciones humanas, pero muy especialmente en la política, la religión, la sociedad de consumo y por sobre todas las cosas, en las tetas.


https://www.facebook.com/ecorevolucionoficial/videos/1927570747474449/


¿Quién paga esta nueva moda de que las tetas se miran y no se tocan? Las vacas. Aprovechándose de que se menciona veintidós veces en algún libro sagrado, a alguien se le ocurrió la insensata idea de que la leche de vaca es óptima para bebés, adultos y ancianos humanos. Ese copo de nieve que comenzó a rodar lentamente en la antigüedad hoy se transformó en un alud que lo cubre todo y nos hace socios de un sistema abusivo, insensible y perverso. Poco nos importa el traumático martirio que significa la separación de madres e hijos, los embarazos forzados y vidas signadas por la esclavitud, el dolor y la tristeza superlativa.

Lo que importa mucho es el yogurt cero calorías y las tetas bien posicionadas delante de las costillas y lo que no importa en absoluto es que toda esta locura está matando en el quirófano a nuestras bellas mujeres y a la población en su totalidad por consumir “alimentos” no apropiados para nuestra especie.



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