¿REALMENTE LOS NIÑOS TEMEN IR AL CEMENTERIO?
En las sociedades occidentales de pequeños se nos inculca que es contraproducente llevar a los más pequeños al cementerio. Si un adulto va con niños un poco mayores, deberá prepararlos de antemano para que comprendan a dónde van, qué se va a hacer allí, qué hay detrás de esos muros lúgubres, cómo comportarse, etc. De igual modo, el mayor deberá estar preparado para una retahíla de preguntas tan escabrosas como delicadas, ya que todo el proceso del sepelio le causará algunas dudas y grandes angustias.
De la misma manera, el mayor deberá estar atento después a la reacción del menor, por si el hecho de haber ido a un cementerio le causa pesadillas o insomnio.
Por ello, los psicólogos aconsejan no llevar a los niños al cementerio hasta que sean un poco mayores, aunque se haya muerto alguien cercano como un abuelo, ya que este rito puede afectarles mucho. No es lo mismo ir en otro momento distinto al entierro, ahí es probable que no le afecte tanto como el hecho de ver enterrar a su familiar.
En esta página solemos “ir al grano” y nos enorgullecemos de ser políticamente incorrectos. Aunque resulta increíble, todo lo que analicé al principio del artículo es la pura verdad. Hay una especie de miedo a todo lo que sea muerte y por ende la visita al cementerio está vedada para los infantes. Los adultos nos esmeramos para que nuestros hijos no sufran y ¿Cómo lo hacemos?, disfrazando la verdad -como siempre-. Michael Jackson con su bien sucedido y plagiado “Thriller” ayudó de manera decisiva para que los niños le escapen al camposanto.
Si los humanos procediéramos de manera honesta nada de esto sucedería. Si un niño le pregunta a su padre qué es la muerte, con una respuesta natural, sin aspavientos ni vacilaciones todos los dramas estarían solucionados: “la muerte es parte de la vida”: naturaleza pura.
Pero, aquello de ir con miedo a un cementerio no es tan así. Por lo general, los niños acuden a cementerios desde que son bebés, y lo hacen con una sonrisa de oreja a oreja que denota una felicidad superlativa. Son cementerios iguales a los mencionados al principio del artículo: con nichos, tumbas y morgues. A tal punto llega la locura humana que los adultos (¡y los propios niños!) sacan muertos trozados de los nichos, los introducen en los carritos, los pagan en la caja, ¡y se los comen en los hogares!
¿Quién entiende a los humanos?
Alejandro Goldstein
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